martes, 2 de octubre de 2012

Silencio

En los tiempos que corren experimentamos una sensación de agobio, de malestar por el gentío que nos rodea, de pesar por el dominio del ruido en nuestras vidas. Bajar un día cualquiera por la Gran Vía madrileña se convierte en un particular via crucis para el objetos del ruido. No recomendado para los que buscan evadirse del ritmo frenético de una ciudad que no duerme. Si por casualidad una de estas personas se interna en esa particular jungla de asfalto puede verse con la necesidad imperiosa de gritar; un grito ahogado que reclama huir del bullicio en busca de silencio. Un silencio que vendrá a rodearle para tranquilizar su alma.

Véanlo como una virtud. Como la garantía de la calma sosegada en los descansos de nuestros debates internos. Ese escondite personal donde ocultarnos para aparcar los problemas, que esperan fuera a que salgamos a jugar con ellos. También es la biblioteca en la que separamos nuestros pensamientos según la temática de los mismos. Parafraseaba William Shakespeare que "somos reyes de nuestros pensamientos, pero esclavos de nuestras palabras"; o como comentaba mi madre "calla y aparenta ser tonto y no hables confirmando que lo eres". Sabias palabras del refranero popular.

Pero toda virtud tiene su antítesis, y en el silencio encontramos el ring donde tienen lugar las luchas más fieras entre la razón y el corazón, debatiendo con más de un yo por nuestros aciertos y errores. Es un cuchillo de doble filo permanentemente afilado con el que podemos cortarnos constantemente. Si teníamos aquí una pequeña parcela de recogimiento, también puede ser nuestro Némesis. Diversas circunstancias que el lector podrá intuir de estas palabras, pueden hacer que el silencio nos atrape, perdiéndonos en él, secuestrando nuestras palabras y convirtiéndonos en muñecos de trapo.

Amor y odio hacia el silencio. Abarca momentos íntimos en el que los silencios son palabras mudas y los ojos de los testigos son protagonistas de un fotograma para recordar. Pero también puedes marcharte de una discusión manteniendo en el silencio las frases o insultos reservados, mostrando superioridad sobre el enemigo. Pero ante todo, no hay que renunciar a ello. Como animales racionales hemos comprendido a lo largo de las edades -hasta perderse en la noche de los tiempos- que el silencio favorece las preguntas y el pensamiento personal. Bien lo sabrán los pocos habladores, virtuosos del silencio.

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