domingo, 15 de abril de 2012

Titanic, un centenario de la tragedia (II)


La evacuación del Titanic
A medianoche se decidió sacar los 20 botes salvavidas de los que disponía el Titanic, dirigiendo Murdoch los de estribor y Charles Lightoller, cuarto oficial, los de babor. Debido a que los motores se pararon, las chimeneas soltaron gran cantidad de vapor, lo que produjo a un ruido ensordecedor en cubierta. Ello, añadido a la fría temperatura de cubierta, hizo que los pasajeros no le dieran importancia a los hechos, refugiándose la mayoría en los salones interiores. El capitán Smith dio instrucciones a los pocos minutos del choque de que fueran llenados con mujeres y niños primero, dando prioridad a los pasajeros de primera clase.

Muchos botes fueron lanzados con una capacidad inferior a la mitad de las que podían albergar, motivo por el cual desde el puente les llamaran a volver y ser completados, lo que omitieron por miedo a que estallara la histeria entre el pasaje o a hundirse por el peso. De los 20 botes, solo el número 15 ocupó el 100% de su cavidad, con 65 pasajeros. Otros, con la misma capacidad, se quedaron en poco menos de 30 pasajeros. De un total de 1.170 pasajeros posibles, solo fueron ocupados por 705.

El número de botes que transportaba el Titanic eran insuficientes. El propio Thomas Andrews se quejó de esto ante la White Star antes de embarcar, defendiendo la idea de acoger 34 botes, algo que desestimó la compañía, alegando cumplir con el mínimo exigido. Tras el accidente del Titanic, las leyes obligaron a cambiar la disponibilidad de los botes, asegurando que hubiera tantos como pasajeros llevara el barco en cuestión.

Cerca de la una de la madrugada, el descenso de los botes fue más rápido, debido a la inclinación que cogía el barco por su proa, lo que aumentó el pánico entre los pasajeros, que buscaban un bote en el que embarcar. A las 02.05 horas, el último bote fue lanzado.

La radio, un papel determinante
Los telegrafistas del Titanic, Jack Philips (fallecido en el hundimiento) y Harold Bride (superviviente), tras el choque con el iceberg y por orden del capitán Smith, lanzaron señales de CQD (Come Quickly, Distress) a cuantos barcos captaran la señal del barco. Poco después, la señal cambió a la conocida SOS. Fue Bride quien avisó al capitán Smith de la respuesta del Carpathia, el más lejano de los contactados y a cuatro horas de ellos, que iba a toda máquina.

Clave fue la respuesta negativa del
Californian, a unas 5 o 10 millas de su posición. Cuando los operarios de éste hicieron saber al Titanic que se adentraba en una zona de icebergs, las respuestas de Philips llevaron a apagar el Marconi, por lo que no hubo contacto más allá de medianoche. Aunque los testigos aseguran que se mandaron avisos por luces en código morse, así como bengalas de ayuda, no hubo respuesta.

Tras más de dos horas de activa operación en la radio, el generador falló. Cerca de las 02.10 de la madrugada, el capitán Smith les pidió abandonar la habitación de radio.

La orquesta del Titanic
Uno de los mitos más concurrentes del Titanic fue el papel que jugó la orquesta, liderada por Wallace Hartley. Dada la envergadura del accidente, la orquesta que amenizó las cenas de los pasajeros de primera se situó en la cubierta de botes para calmar a los pasajeros, tal como pidió el capitán Smith. No es conocida, y queda como uno de los muchos misterios que dejó aquella noche, la última canción que tocaron. En el recuerdo colectivo de aquella noche, ha llegado a nuestros días Nearer, my God, to Thee (Más cerca de ti, Señor), la más recurrente, pero sin confirmar lo que fue el broche para una orquesta que aguantó hasta el último momento, conscientes del final cercano. Ninguno de sus ocho componentes sobrevivió al naufragio.

El final
Tras más de dos horas de evacuación de los pasajeros, y de incesante trabajo en las calderas y la sala de máquinas, que mantuvo la energía del barco, el Titanic vio su final. Pasadas las 02.20 horas, el barco se inclinó más, y tras producirse un parpadeo de las luces, quedó a oscuras. Después, varios testigos aseguraron que se desquebrajó entre la segunda y la tercera chimenea, al contrario de lo que reflejó el filme de James Cameron, cayendo la popa al mar, que flotó, unida a la proa por un espolón de la quilla, como un corcho. La proa se hundió en el Atlántico alojándose sobre el fondo marino, mientras que la popa lo hizo varios minutos después, virando en su descenso, reposando a distancia.

La mayoría de los que se lanzaron a las aguas del Atlántico perecieron a la escasa media hora del hundimiento, al no soportar el organismo las gélidas temperaturas, cuyo margen está en quince (veinte a lo sumo) minutos, muriendo de hipotermia. Sólo cuatro personas fueron rescatadas con vida, una de ellas murió al rato de ser recogida en un bote.

Cien años después, sus restos reposan en silencio en la llanura marina, muy distinto a aquel que partió de Southampton, en el que las bacterias han acabado con gran parte del casco del barco, que tiende a desaparecer convertido en chatarra.

Nada se supo de los últimos instantes de
Thomas Andrews, quien ayudó a embarcar más gente en los botes. Los últimos testimonios le colocan en uno de los salones de fumadores, con la vista perdida en un cuadro que dominaba la estancia, que representaba la entrada del Titanic en Nueva York. Muchos aseguraron que fue el primer oficial, William Murdoch, quien se suicidó, ante la vorágine que se presentó, aunque hay gente que descartó esa opción. Igual destino corrió el capitán Smith. Algunos le sitúan en el puente, donde decidió marchar a esperar su muerte. Otros comentaron que se acercó hasta un bote con un bebé y marchó entre la multitud que nadaba pidiendo auxilio para perderse.

Mil y una historias anónimas. La de aquellos diez españoles que embarcaron en el crucero, la de los pasajeros de tercera que, asumiendo su fatal destino, decidieron volver a sus camarotes a esperar que todo acabase. Aquellos operarios de la sala de máquinas que perecieron luchando porque la electricidad no fallara. Los más de 300 cuerpos que se recuperarían no pudieron ser identificados, debido a su deteriorado estado. Esos cuerpos residen en tumbas sin nombre, sólo con un número, en el cementerio de las víctimas de
Halifax (Canadá).

El Titanic quedó en el olvido de la sociedad hasta la década de los años 80, cuando en septiembre de 1985 el científico
Robert Wallace encontró los restos del pecio a 4.000 metros de profundidad cerca de las costas de Terranova. Un descubrimiento inesperado, fuera de la misión que tenían planeado, que era la búsqueda de submarinos soviéticos, pero algo sorprendente para la humanidad. James Cameron lo llevaría a los altares en 1997, al alzarse con once Óscars.

Varias expediciones científicas, así como las privadas que incentivan el turismo, están dañando su actual estructura, que podría quedar irreconocible dentro de treinta años de seguir así. Con motivo de su centenario, la
UNESCO ha decidido protegerlo para la defensa del patrimonio cultural subacuático.
Nadie queda de aquel suceso. La última superviviente del Titanic, que sobrevivió al hundimiento con dos meses de edad, Millvna Dean, falleció el pasado 2009. El recuerdo colectivo es lo único que superará generaciones. El recuerdo de lo que significó el trasatlántico más importante de comienzos del siglo XX. Una historia fastuosa, representada varias veces y en el centro de la atención mediática en su momento. El buque de los sueños, que llevaba tanto a ricos como a pobres a Estados Unidos en busca de nuevas oportunidades, de una nueva vida que muchos no llegaron a disfrutar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario