Desde su primer golpe de autoridad con Tiburón (1975), continuando con Encuentros en la tercera fase (1977), la cual doy cuerda este año; pasando por la mítica trilogía (original) de Indiana Jones, que encandiló a muchos años después de estrenarse en 1981... Su bestial (no hay otro adjetivo) año 1982: E.T. y Poltergeist. Su papel indirecto en Los Goonies (donde Copperpot es más que un cazafortunas) y Gremlins. Hook (1991), la versión más real para mí de la fábula de Nunca Jamás, con un soberbio Dustin Hoffman de Garfio. Sobrecogedora y oscarizada La lista de Schindler (1993), del que recuerdo su banda sonora, su blanco y negro y el portento del irlandés Liam Neeson. Amistad (1997) o Salvar al soldado Ryan (1998). Un antes y un después para mí, tras verla por primera vez un viernes por la noche pocos años después de estrenarse. Todos recordamos Omaha, la escena del desembarco, Tom Hanks o Ramelle. Épica y sobrecogedora, tiene mi más absoluto respeto, la considero una de las mejores de su género (por debajo de El día más largo y compartiendo escalafón con La delgada línea roja).
No me quedo ya tanto con I.A.: Inteligencia Artificial (2001) ni con Minority Report (2002), ni siquiera con La guerra de los mundos (2005); para gustos los colores. Munich (2005), Las aventuras de Tintín o War horse (2011) ya son, dentro de las últimas, otra cosa.
Es, sin duda, un icono en el cine. Su trayectoria, ese coquito valorado en millones de dólares, su manera de ver la realidad tras la cámara, su forma de sacar lo que busca de cada una de sus películas. Todo ello lo convierte en alguien al que muchos de los que aman o han amado el cine tienen en muy alta estima. Por ser, en si mismo, una pequeña industria que ha trabajado desde la década de los setenta. A él, y a Steve Jobs, le debemos Dream Works. A él le agradecemos, varias generaciones cinéfilas, el fenómeno E.T., Jurassic Park o Poltergeist. Todas aquellas que han crecido con alguno de sus proyectos, con cada una de sus ideas.
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