miércoles, 8 de julio de 2009

Una aria y una historia de amor deseada

Nessun Dorma es la aria más representativa y más conocida de las obras de Puccini. Insertada en el primer cuadro del tercer acto de la ópera Turandot es una emanación de sentimientos. Lástima que esta ópera (Turandot) quedara inacabada, debido a la muerte de su autor. Quizás es dificl de verlo; pero es de las que hacen temblar y a la vez dar que pensar. ¿Qué mensaje nos puede dar? Obviamente, tiene un mensaje descrito en la ópera. Que nadie en Pekín duerma hasta que se sepa el nombre del príncipe, que una vez superado las tres pruebas, cae rendido ante la belleza de la princesa; que, a modo de venganza, decapita a todos aquellos que no superan las pruebas. Y para uno que lo consigue, tan convencida que estaba de que nadie iba a conseguirlo, se achanta y pide a su padre que interceda para que no se case con aquel príncipe que arriesgando su pescuezo desafió los deseos de una princesa de carácter frío y distante, pero a la vez deseada y bella.
El príncipe, sabiendo que nadie puede conocer en Pekín su nombre, parece que tiene las de ganar. Sólo tiene que hacer un último esfuerzo y aguantar a que el alba llegue. Si para entonces, descubren su nombre; él, voluntariamente, aceptará la condena de muerte.
Una escena de amor, a la par de la inglesa de Romeo y Julieta, o la más conocida de don Juan y doña Inés. Una declaración de amor, enmarcada en una aria que se hace querer cada vez que se escucha. Llega el final de la noche; y el príncipe se ve ganador. Se recrea ganando la partida y saboreando las mieles del triunfo y besando los labios de la princesa a la que retó. La desesperación en el pueblo por no saber el nombre aumenta; pues si nadie lo sabe, algunas personas serán ejecutadas.
El príncipe aguanta el tirón que le queda a la noche; y pide en un último intento a la luna y a las estrellas que apaguen sus fuerzas y desaparezcan del cielo para dar paso al Astro Rey.
¡Disípate, oh noche! ¡Tramontad, estrellas! ¡Tramontad, estrellas!
El triunfo del príncipe acaba finalmente proclamándose victorioso por esta agotadora batalla que ha librado contra el tiempo y por mantener su anonimato.
All'alba vincerò!, vincerò!, vincerò!
Un triunfador en el amor, no como otros, por desgracia.
Pero si queríamos que las cosas cambiaran de rumbo, solo hay que pensarlo. Claro que hay un después de este vincerò!; la princesa ha descubierto que una esclava sabe el nombre del príncipe y la manda torturar hasta confesarlo. Únicamente dice que el nombre del príncipe es amor. En un acto significativo, la esclava (única conocedora del nombre) coge una daga y se suicida. La príncesa arrogante por querer ganar esta apuesta contra el príncipe, es increpada por él, por autorizar la tortura de la esclava.
Ahora llega un momento emotivo, romántico, sensible; casi obligado. Tras una conversación en el que el príncipe discute con la princesa, se produce ese momento que tantas parejas enamoradas han experimentado, y las futuras a lo mejor también lo experimentan. Esos segundos en los que el silencio predomina, en el que no hay palabras. No las necesitas. ¿Para qué? A veces una mirada vale más que mil palabras, dicen. Sus ojos se miran unos segundos, y después sus labios se funden en un apasionado beso. Puede sonar cursí, algo pegajoso, pero suena bien para este caso.
Llega el amanecer, y el príncipe confiesa su nombre. Ya daba igual su condena a muerte. Había conseguido besar a su amada. El Rey, le dice a la princesa que diga el nombre del príncipe; ya que se lo ha confesado. La princesa ha caido en las redes del amor del príncipe (otra vez algo sobre el amor) y confiesa su nombre. No Calaf, que era el auténtico; sino el que le convenía decir de verdad.
Su nombre es...es...¡amor!
Una historia de amor que acaba bien. Envidia no sentimos los que no somos afortunados en esto del amor; aunque confieso que tampoco se me da bien el juego; y aún menos el mus; amén de venir de una familia de jugadores de mus vizcaína. Pero en estos casos siempre gusta ver un final bonito, aunque sean otros los protagonistas.

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