martes, 20 de noviembre de 2012

Niebla de noviembre

Como un recuerdo espeso, igual que la niebla que gobierna fuera de mi ventana, me vienen algunos flashes de las charlas distendidas con mi padre, en las que me contaba, entre otras cosas, cómo fue aquella mañana de jueves, en un frío mes de noviembre de 1975, en el que el destino de un país, algo roto en particular, cambiaría. Mucho se habló de qué pasó realmente en aquellos pasillos del Hospital de La Paz el miércoles diecinueve. Yo, tan joven y sin programar en esas fechas, tengo en la hemeroteca de mi particular biblioteca las vivencias de una familia televisiva para ver, con algunas licencias artísticas, cómo fueron esas últimas horas de insomnio, miedo y palos, de rosarios y pingüinos en la televisión. El apunte histórico nos dará que tal día como hoy moría Franco. Otros, pocos en realidad, recordarán que en la misma fecha también lo hicieron José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, en una cárcel de Alicante, o Buenaventura Durruti, anarquista, tras las heridas recibidas en la defensa del sitio de Madrid en la zona del Clínico en las cocinas del Hotel Ritz. Pasaron los años, las generaciones cambiaron, y en los libros de historia que nos tocó estudiar se nos reflejaba tal fecha como el final del régimen franquista y el comienzo de una Transición ahora recordada por unos pocos cuya primogénita Constitución anda tan en boga de todos, o de casi todos.

No sé a qué edad se es realmente mayor, a qué edad se chochea contando las batallitas del abuelo, pero si algún día mis nietos me preguntaran "Abuelo, ¿qué pasó el veinte de noviembre?", mi mente vacilaría dos, quizá tres, segundos, y contestaría lo más reciente de mis recuerdos. "Mis padres me dijeron que el cambio a mejor; yo, que el cambio a peor". Llegado a este punto, el lector verá que no hablo de un veinte de noviembre frío, oscuro y de cambio como lo fue el de 1975, sino el noviembre más cercano, crudo y áspero, del 2011, cuando un lumbreras, que para no mentar más de la cuenta omitiré su nombre, decidiera dar con la tecla inadecuada y convocar un 20-N las elecciones generales. Unas elecciones que fueron la ruina de su convocador, pues sumió a su partido y al candidato inexperto que pusieron, en una carrera a contrarreloj para no hacerlo tan mal como esperaban. Pero como fue salir de Málaga para entrar en Malagón, el fracaso sin precedentes que fue nos sumió a todos, o a casi todos, en el gobierno de una oposición hambrienta de victoria, prometiendo el oro (no ya el moro, presente antes de dicha hecatombe) y el cambio a mejor, para sacar a flote al país de la crisis. Como el mesías contemporáneo, barba y seseo incorporado, Rajoy iba a ser la solución. Que el lector se tome una pausa y respire llegado a este punto. Si quiere reírse vilmente está en su derecho. Critique, como yo, esos sueños vacíos que nos prometían, o critíqueme, por no remar en el mismo sentido que todos, o casi todos.

No hemos llegado a un Gobierno de concordia, sino de insatisfacción, insidias y rezos a la Virgen del Rocío. Cuando algo lo haces mal, te lo reprochan y, si eres humano, recapacitas para no volver a repetirlo y hacerlo mejor. Cuando te convocan manifestaciones semana tras semana, con dos huelgas en menos de un año, lo lógico es pararse a recapacitar y corregir el rumbo, no continuar con esta política autista de omitir al pueblo. No se puede esperar a que caiga la lluvia en noviembre para pararse a pensarlo plácidamente, pues es un hecho que algo se está haciendo mal. A saber, unos recortes por aquí (en Sanidad), otros por allá (en Educación), una política fiscal deplorable, la reforma laboral, el paro, los desahucios... Fuera de todos esos brotes verdes que nos prometían los políticos, quizá floreciendo en sus huertos o en sus cuentas bancarias, la sociedad recordará el 20-N por la fecha del cambio con Mariano Rajoy al frente, dejando aquella tan marcada por nuestros padres y abuelos en un segundo plano. A un año de recordarlo, vislumbro en la ventana unos tibios rayos de sol que hacen frente a la niebla, quizá como un pequeño resquicio de esperanza a lo lejos. Habrá que esperar si es para todos, o casi todos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario