viernes, 20 de noviembre de 2009

La costumbre que me ha hecho así

Si he de quedarme con algún director de cine de nuestro país, es con el donostiarra Julio Médem. No por ser semipaisano mío, sino porque sus películas me han hecho ver otra dimensión de la vida, y en parte me identifico con él. Esos sentimientos que están escondidos en lo más recóndito de nuestra vida, ese malestar por no ser correspondidos, esa pena por asimilar nuestro destino, esa culpa interna por haber seguido ciegos al corazón, esos sueños que Calderón de la Barca desmitificó...
Si hay una película suya que me ha marcado desde la primera vez que la vi, es la de Los Amantes del Círculo Polar. En esta película, Médem aportó todo su ser cinematográfico, pasando por graves pesares anímicos con posterioridad. Una vez que se ve esta película tantas veces, uno acaba pensando cuales fueron los elementos propios que el director incluyó. La soledad, el amor no correspondido, el destino, la fatalidad y, por último, la muerte. Elementos impropios de la gran mayoría de los directores de nuestro país. Para los que seáis amantes del cine, esta película es muy recomendable. A los que no, también os la recomiendo, porque seguro que con algo, como yo, os identificáis.
Como antes dije, pasó por graves problemas anímicos, como depresiones y traumas psicológicos agudos. Una película tan cargada emocionalmente es el único aval necesario para que esto pueda darse. Muchas veces, el ejemplo de este director ronda la cabeza de uno, e intenta investigar el porqué de las cosas. Ni incluso con los miniguiones que se me ocurren, o con las historias, o con las letras a componer para guitarra, solían salir esas emociones a plasmar.
Poco a poco, es posible que todos aquellos recuerdos que almaceno durante mis dieciocho años de existencia vayan apareciendo sin ver nunca la luz, ya que quedarán como el secreto mejor guardado del autor. Médem plasmó en esta película, que todos somos víctimas de las casualidades de la vida, y ciertamente, así es. Somos víctimas de esas casualidades que a menudo nos rodean. El destino en esta película no es algo que se plasme, ni siquiera aparece como tal.
Es el conjunto de las casualidades que rondan diariamente nuestras vidas. Esas casualidades que nos elevan a tres metros sobre el cielo y que nos bajan al suelo de forma vertiginosa; esas casualidades que sólo ves una vez en mucho tiempo, que se pierden a menudo y que no se recuperan fácilmente. El final de la película es trágico, ya que el ciclo y las casualidades de la vida, así lo quieren.
Muchos lloramos en ese momento, tras aguantar toda la película sin hacerlo. El final acapara el plus de sensaciones que durante el largometraje se incrementa. Sensaciones que se dejan aparecer, brotando de la nada, como la niebla en la mañana.
El quinteto donostiarra de La Oreja de Van Gogh, le hizo un homenaje, más que a la medida, en su segundo disco de estudio, El Viaje de Copperpot.
Una canción que mezcla el theremin con el efecto del bajo y las guitarras en tono eléctrico y acústico, además de la voz de Amaia. Una canción emotiva que expresa, en tono musical, el espíritu de esta película, cuyas frases evocarían recuerdos de cualquier persona, incluyéndome como autor de esta entrada.
Chapó para Julio Médem. Gracias, de todo corazón, por haber conseguido realizar esta película.
Sin duda, esta entrada tiene su doble sentido visto los acontecimientos.

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