jueves, 20 de enero de 2011

20 de enero


20 de enero. Para muchos, este día no tiene un significado especial. Es uno más, el vigésimo del año, pero de ahí no pasan. En la festividad de San Sebastián, mártir cristiano asateado, celebra su particular día grande la ciudad que lleva por nombre la del santo, la que muchos llamamos Donostia. Una de las perlas del Cantábrico. Después de muchos años, mi sentimiento hacia esta ciudad se ha mantenido inalterable, e intentaré que siga siendo así por mucho tiempo.

Mi relación con esta ciudad que tanto adoro comenzó hace unos cuantos veranos, cuando la visité por primera vez. Concretamente, el sábado 15 de julio del 2006, víspera del Carmen. Y de ahí hasta ahora, han sido unas temporadas consecutivas visitándolo. El joven de diecinueve años ahora intenta rememorar y plasmar en este blog lo que vivió aquel chaval de apenas quince que lo guardó en su retina.

Un trayecto de apenas una hora desde mi pueblo era lo que me separaba de Donostia. Un paseo bordeando toda la costa guipuzcoana, parando por Getaria, Zarautz y compañía antes de llegar al último objetivo.
Llegar y ver a lo lejos desde la ventana el Cantábrico, con el Urgull imponente guardando la playa de la Concha...

Entramos por Amara Nuevo, bordeando Anoeta, hacia la plaza de Pío XII, cerca de la estación de autobuses y frente a lo que fueron los cines Astoria, tan recordados para unos pocos.
Cuando llegábamos hacia el Boulevard yo, Joseba, Ane y Saioa, nos desvíamos hacia la Catedral del Buen Pastor, sin duda imponía tal estampa.
Sigo mi camino. "Un sordo paseo por el Boulevard", como decía la canción. La casa de Pío Baroja, el mercado de la Brecha o el Casco Viejo. Nos vamos de allí para cruzar el puente sobre el Urumea; a mi izquierda, la playa de la Zurriola con el Kursaal.
De esto sí me acuerdo, no pasará como anécdota, pero sí como recuerdo. Mirando hacia el sur, hacia donde el Urumea se pierde en dirección a Amara, a mano derecha dejaba el Teatro Victoria Eugenia. Tanto que había oído hablar de él, de su historia, de las celebridades que por ahí habían pasado... Aunque no sé si tendrá más glamour que el otro edificio que está bajando el Paseo de la República Argentina: el Hotel María Cristina.
Seguir más abajo. Encontrarme y cruzar el puente de María Cristina y ver la Estación del Norte. Historia y música se funden en este último espacio.

Vuelvo hacia el Ayuntamiento y oigo a lo lejos el pitido del trenecito. Suena de cachondeo viniendo de la capital, lo asumo, pero ese trenecito hace las delicias de muchos turistas, de niños con sus padres, de nietos con sus abuelos... De risas y añoro de la infancia. Al fin y al cabo, forma parte del ambiente de esta ciudad.
Acercarte a las barandillas de la Concha y quedarte hipnotizado con el paisaje tan hermoso que tienes ante tus ojos, sin percatarte de la curiosidad de las propias barandillas, y es que no todos los tramos son iguales. Detalle no de observador, sino de casualidad.
Cogemos el coche y atravesamos el Paseo de la Concha hacia Igueldo. Con la videocámara capté todo el trayecto, filmando la playa, el carril bici, el Centro La Perla, la isla de Santa Clara, Ondarreta... En mente, una musiquilla que ya había oído antes, compuesta por Xabier San Martín al piano.

Llegamos a Igueldo a mediodía. El coche, al pie del monte. Debajo, un gran complejo deportivo. Subimos por el funicular. El mismo que sirvió para Mikel Erentxun en su videoclip Mañana. Un único carril de ida y vuelta que encuentra su pareja a mitad de camino, cuando ambos funiculares se topan. Arriba, el particular parque de atracciones donostiarra. Y, sin duda, una de las mejores vistas de la ciudad. Todo aquel que ha subido ahí se ha quedado prendado de la vista. Santa Clara se muestra como una majestuosa isla frente a la Concha.

Un tiempo entre las atracciones, viendo como Ane se divierte con su padre, mientras mi prima y yo les vemos montando en el "Río Misterioso" y la "Montaña Suiza".

Bajar de nuevo por el funicular y dirigirme a uno de los reclamos turísticos más conocidos de Donostia, El Peine del Viento, de Eduardo Chillida. Uno de los puntos más románticos de la ciudad en el que olas rompen contra las rocas dejando estelas de espuma que vuelan ligeras como el viento. No me paro; hay mucho por descubrir aún. Vuelvo sobre mis pasos hacia Ondarreta, la playa vecina. Veo Santa Clara frente a mí. Otra estampa para enmarcar. Y una fotografía frente a Santa Clara, como reza Inmortal. De todas las posibles, me quedo con ésta para repetir la próxima vez que vuelva. Un sábado soleado de mediados de julio, con el sol sobre mi cabeza, el mar azul profundo y la isla que se antoja verde en algunas partes.

Llega la tarde y recorremos de nuevo la ciudad. Vuelvo sobre el Casco Viejo, el Buen Pastor tiene otro matiz. La Zurriola, el Kursaal, la iglesia de Santa María en el Centro, que nos pilló en boda, el puerto, el embarcadero, los chiringuitos y el Museo Naval. Sin duda un día completo que no olvidaré, y que significó el comienzo del cariño hacia esta ciudad tan especial...

La medianoche del 19 comienza la fiesta en la plaza de la Constitución con la izada de la bandera de la ciudad. Un momento de júbilo sin duda. En la plaza no cabe ni un alfiler, es un espectáculo que pocos allí quieren perderse, y que muchos fuera queremos presenciar. Con la izada llevada a cabo por el alcalde, la sociedad Gaztelubide y representantes de otras tamborradas comienzan a tocar la Donostiako Martxa del maestro Raimundo Sarriegui, que este año celebraba su 150º aniversario, y el resto de composiciones: Diana, Retreta, Iriyarena, etc. Vestidos como cocineros y soldados de regimiento de la época napoleónica, el general, se encarga de coordinar a todos los tamborileros, que al unísono hacen retumbar la plaza, apoyados por la multitud que canta la Martxa.

Es la primera noche del año en que en Donostia truenan los tambores y barriles, al son de la música. Un momento muy emotivo, que recuerda a los pasacalles que hacen muchos de los pueblos en Andramaris. Son las mismas canciones que tocaban en Ondarroa, en las fiestas de agosto. La misma sensación de emoción contenida... Durante todo el día de hoy un total de 3.402 personas harán sonar los tambores, mientras que 6.680 se encargarán de tocar los barriles. Todos ellos estarán acompañados por 2.008 músicos. Por la tarde, se realiza la tamborrada infantil en el que desfilarán 45 centros escolares con 52 compañías.

Esta medianoche terminará la fiesta. Me recordará un poco al Pobre de mí pamplonés con el que se da fin a los sanfermines. Cuando Odón Elorza, alcalde de San Sebastián, arríe la bandera en la Plaza de la Constitución, la sociedad más antigua de la ciudad, la Unión Artesana, será la encargada de poner el broche de oro a la fiesta interpretando por última vez la Donostiako Martxa, con más clamor si cabe. Si ayer viéndolo por la ETB-1 en internet ya me emocionaba, sin duda, la despedida será mucho más.

Sebastian bat bada zeruan,
(Hay un Sebastián en el cielo)
Donosti bat bakarra munduan
(un único Sebastian en el mundo)
Hura da santua ta hau da herria,
(él es el santo y éste es el pueblo)
horra zer den gure Donostia!
(¡he aquí lo que es nuestro, San Sebastián!)

Termino ya con un vídeo que puede significar mucho para algunos, o ser un mero videoclip más. Sin duda, fue una de las mejores canciones de la primera etapa del quinteto donostiarra La Oreja de Van Gogh, con Amaia Montero como vocalista, y también del tercer disco del grupo, Lo que te conté mientras te hacías la dormida: "20 de enero".

Cómo no. Un día tan señalado tenía que ser plasmado de esta forma. Llámame romántico, sensiblero, añorante... Lo que quieras, pero al igual que hay personas que te marcan en la vida, las experiencias y los lugares por los que pasas también te dejan huella. Y prometo que Donostia, sin duda, ha sido una de las que más me ha calado.

Al analizar a fondo la canción, al indagar entre sus letras y acordes, como en muchas del grupo, encuentro una intrahistoria cargada de sentimientos, esperanza, cariño y amor. De esas que gustan oir, sentir y más aún vivir. Porque siempre hay un tren que no duerme, un andén en el que las miradas se cruzan, un puñado de sentimientos que expresar y un montón de preguntas por contestar.

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